Krugman
sobre Grecia.
Es evidente, desde hace tiempo, que la
creación del euro fue un terrible error. Europa nunca tuvo las condiciones
previas para una moneda única de éxito, por encima de todo, el tipo de unión
fiscal y bancaria que, por ejemplo, asegura que cuando la burbuja inmobiliaria
estalla en Florida, Washington protege automáticamente a la tercera edad de
cualquier amenaza sobre su atención sanitaria o sobre sus depósitos bancarios.
Pero
la situación en Grecia ha alcanzado lo que parece ser un punto de no retorno.
Los bancos están cerrados temporalmente y el Gobierno ha impuesto controles de
capital (límites al movimiento de fondos al extranjero). Parece altamente
probable que el Ejecutivo pronto tendrá que empezar a pagar las pensiones y los
salarios en papel, lo que, en la práctica, crearía una moneda paralela. Y la
semana que viene el país va a celebrar un referéndum sobre la conveniencia de
aceptar las exigencias de la troika —las instituciones que representan los
intereses de los acreedores— de redoblar, aún más, la austeridad.
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Grecia debe votar "no", y su
Gobierno debe estar listo para, si es necesario, abandonar el euro.
Para entender por qué digo esto, debemos
primero ser conscientes de que la mayoría de cosas —no todas, pero sí la
mayoría— que hemos oído sobre el despilfarro y la irresponsabilidad griega son
falsas. Sí, el gobierno griego estaba gastando más allá de sus posibilidades a
finales de la década de los 2000. Pero, desde entonces ha recortado
repetidamente el gasto público y ha aumentado la recaudación fiscal. El empleo
público ha caído más de un 25 por ciento, y las pensiones (que eran,
ciertamente, demasiado generosas) se han reducido drásticamente. Todas las
medidas han sido, en suma, más que suficientes para eliminar el déficit
original y convertirlo en un amplio superávit.
¿Por qué no ha ocurrido esto? Porque la
economía griega se ha desplomado, en gran parte, como consecuencia directa de
estas importantes medidas de austeridad, que han hundido la recaudación.
Y este colapso, a su vez, tuvo mucho que ver
con el euro, que atrapó a la economía griega en una camisa de fuerza. Por lo
general, los casos de éxito de las políticas austeridad —aquellos en los que
los países logran frenar su déficit fiscal sin caer en la depresión—, llevan
aparejadas importantes devaluaciones monetarias que hacen que sus exportaciones
sean más competitivas. Esto es lo que ocurrió, por ejemplo, en Canadá en la década
de los noventa, y más recientemente en Islandia. Pero Grecia, sin divisa
propia, no tenía esa opción.
¿Quiero decir con esto
que sería conveniente el Grexit —la salida de Grecia del euro—? No
necesariamente. El problema del Grexit ha sido siempre el riesgo de caos
financiero, de un sistema bancario bloqueado por las retiradas presa del pánico
y de un sector privado obstaculizado tanto por los problemas bancarios como por
la incertidumbre sobre el estatus legal de las deudas. Es por eso que los
sucesivos gobiernos griegos se han adherido a las exigencias de austeridad, y
por lo que incluso Syriza , la coalición de izquierda en el poder, estaba
dispuesta a aceptar una austeridad que ya había sido impuesta. Lo único que
pedía era evitar una dosis mayor de austeridad.
Pero la troika ha rechazado esta opción. Es
fácil perderse en los detalles, pero ahora el punto clave es que los acreedores
han ofrecido a Grecia un "tómalo o déjalo", una oferta indistinguible
de las políticas de los últimos cinco años.
Esta oferta estaba y está destinada a ser
rechazada por el primer ministro griego, Alexis Tsipras: no puede aceptarla
porque supondría la destrucción de su razón política de ser. Por tanto, su
objetivo debe ser llevarle a abandonar su cargo, algo que probablemente
sucederá si los votantes griegos temen tanto la confrontación con la troika
como para votar sí la semana que viene.
Es hora de poner
fin a este inimaginable. De lo contrario Grecia se enfrentará a la austeridad
infinita
Pero no deben hacerlo por tres razones. En
primer lugar, ahora sabemos que la austeridad cada vez más dura es un callejón
sin salida: tras cinco años, Grecia está en peor situación que nunca. En
segundo lugar, prácticamente todo el caos temido sobre Grexit ya ha sucedido.
Con los bancos cerrados y los controles de capital impuestos, no hay mucho más
daño que hacer.
Por último, la adhesión al ultimátum de la
troika conllevaría el abandono definitivo de cualquier pretensión de
independencia de Grecia. No nos dejemos engañar por aquellos que afirman que
los funcionarios de la troika son sólo técnicos que explican a los griegos
ignorantes lo que debe hacerse. Estos supuestos tecnócratas son, en realidad,
fantaseadores que han hecho caso omiso de todos los principios de la
macroeconomía, y que se han equivocado en cada paso dado. No es una cuestión de
análisis; es una cuestión de poder: el poder de los acreedores para tirar del
enchufe de la economía griega, que persistirá mientras salida del euro se
considere impensable.
Así que es hora de poner fin a este
inimaginable. De lo contrario Grecia se enfrentará a la austeridad infinita y a
una depresión de la que no hay pistas sobre su final.
Paul Krugman recibió
el premio Nobel de Economía en 2008.
© The New
York Times Company, 2015.
Stiglitz
sobre Grecia.
Las rencillas actuales en Europa pueden
parecer el desenlace inevitable del amargo enfrentamiento entre Grecia y sus
acreedores. En realidad, los dirigentes europeos están empezando a mostrar
verdaderamente por qué se pelean: por el poder y la democracia, mucho más que
por el dinero y la economía. Los resultados económicos del programa que la
troika impuso a Grecia hace cinco años han sido terribles, con un descenso del
25% del PIB nacional. La tasa de desempleo juvenil alcanza ya el 60%. No se me ocurre
ninguna otra depresión en la historia que haya sido tan deliberada y haya
tenido consecuencias tan catastróficas.
Sorprende que la troika se niegue a asumir la
responsabilidad de todo eso y no reconozca que sus previsiones y modelos
estaban equivocados. Pero todavía sorprende ver más que los líderes europeos no
han aprendido nada. La troika sigue exigiendo a Grecia que alcance un superávit
presupuestario primario del 3,5% del PIB en 2018. Economistas de todo el mundo
han dicho que ese objetivo es punitivo, porque los esfuerzos para lograrlo
producirán sin remedio una crisis aún más profunda. Es más, aunque se
reestructure la deuda griega hasta extremos inimaginables, el país seguirá
sumido en la depresión si sus ciudadanos votan a favor de las propuestas de la
troika en el referéndum convocado para este fin de semana.
En la tarea de transformar un déficit primario
inmenso en un superávit, pocos países han conseguido tanto como Grecia en estos
últimos cinco años. Y aunque los sacrificios han sido inmensos, la última
oferta del Gobierno era un gran paso hacia el cumplimiento de las demandas de
los acreedores. Hay que aclarar que casi nada de la enorme cantidad de dinero
prestada a Grecia ha ido a parar allí. Ha servido para pagar a los acreedores
privados, incluidos los bancos alemanes y franceses. Grecia no ha recibido más
que una miseria, y se ha sacrificado para proteger los sistemas bancarios de
esos países. El FMI y los demás acreedores no necesitan el dinero que reclaman.
En circunstancias normales, lo más probable es que volvieran a prestar ese
dinero recibido a Grecia.
Pero repito que lo importante no es el dinero,
sino obligar a Grecia a ceder y aceptar lo inaceptable: no solo las medidas de
austeridad, sino otras políticas regresivas y punitivas. ¿Por qué hace eso
Europa? ¿Por qué los líderes de la UE se oponen al referéndum y se niegan a
prorrogar unos días el plazo para que Grecia pague al FMI? ¿Acaso la base de
Europa no es la democracia?
En enero, los griegos eligieron un Gobierno
que se compremetió a terminar con la austeridad. Si Tsipras se limitara a
cumplir sus promesas, ya habría rechazado la propuesta. Pero quería dar a los
griegos la posibilidad de opinar sobre una cuestión tan crucial para el futuro
bienestar del país. Esa preocupación por la legitimidad popular es incompatible
con la política de la eurozona, que nunca ha sido un proyecto muy democrático.
Los Gobiernos miembros no pidieron permiso a sus ciudadanos para entregar su
soberanía monetaria al BCE; solo lo hizo Suecia, y los suecos dijeron no.
Comprendieron que, si la política monetaria estaba en manos de un banco central
obsesionado con la inflación, el desempleo aumentaría.
Esa preocupación por la legitimidad popular es
incompatible con la política de la eurozona, que nunca ha sido un proyecto muy
democrático
Lo que estamos presenciando ahora es la
antítesis de la democracia. Muchos dirigentes europeos desean que caiga el
gabinete de izquierdas de Alexis Tsipras, porque resulta muy incómodo que en
Grecia haya un Gobierno contrario a las políticas que han contribuido al
aumento de las desigualdades en los países avanzados y decidido a controlar el
poder de la riqueza. Y creen que pueden acabar con él obligándole a aceptar un
acuerdo contradictorio con su mandato.
Es difícil aconsejar a los griegos qué votar.
Ninguna alternativa será fácil, y ambas son arriesgadas. Un sí significaría
una depresión casi interminable. Quizá un país agotado y empobrecido pueda
obtener, por fin, el perdón de la deuda; quizá entonces pueda recibir ayuda del
Banco Mundial, en esta década o la siguiente. En cambio, el nopodría
permitir que Grecia, con su sólida tradición democrática, se haga cargo de su
destino. Entonces los griegos podrían tener la oportunidad de construir un
futuro, aunque no tan próspero como el pasado, sí mucho más esperanzador que el
inadmisible tormento actual.
Yo sé lo que yo votaría.
Joseph
E. Stiglitz, premio
Nobel de Economía, es profesor universitario en la Universidad de Columbia.© Project Syndicate
Traducción de María Luisa Rodríguez Tapia. .