“Ahora llamamos a una revolución interior”
Juan Ignacio Cortés. 21rs.
Posiblemente el nombre de Amparo Sánchez no les diga nada… todavía. Pero sí que muchos identificarán el de Amparanoia, el grupo de mestizaje que lideró hasta hace unos meses. Tras clausurar esa etapa de su carrera, esta andaluza de rompe y rasga vuelve a la carretera con un álbum, Tucson-Habana, más intimista y sutil, pero en el que siguen presentes muchas de sus señas de identidad: fusión de estilos, preocupación social, gusto por lo latino, rebeldía… Mucho tiempo ha pasado desde que Amparo llegara a Madrid con sus canciones y se pusiese a trabajar de camarera para sacar adelante a su familia. Fue entonces cuando alguien llamado Manu Chao le animó a salir del armario de las jams en pequeños bares y las reuniones de amigos y grabar su material. Muchos le están agradecidos.
-Amparo and the gang, Ampáranos del blues, Amparanoia. ¿Sentía vergüenza o es que su nombre le parecía poco comercial?
-En realidad, no me he atrevido a utilizar mi nombre hasta ahora, porque iba con más gente, compartía proyectos con otros músicos. Esta es la primera vez que creo canciones con mi guitarra y mi voz, exclusivamente para mí, y por eso me he decidido a firmar con mi nombre.
-El que salga a la calle un disco con su nombre, ¿es un símbolo de madurez, de aceptación, de fin de la paranoia?.
-Hay un poco de las tres cosas. Me acepto más, me siento más madura y tengo menos paranoias, sí.
-Hubo quien, en sus comienzos, la llamó la Manu Chao española. ¿Cómo se sentía con eso?
-La prensa siempre tiene que buscar referencias y poner etiquetas. Pese a que ser algo que se inventaron los periodistas, no se sentó mal la comparación, pues Manu me abrió muchas puertas y fue de algún modo padrino del proyecto musical de Amparanoia. Si la comparación hubiera sido con otro músico, tal vez no me hubiera sentido tan bien.
-Y ahora que ha dado un giro en su carrera, ¿cómo le gustaría que le llamaran: la Chavela Vargas española, la Omara Portuondo española, la Ella Fitgerald española?
-Esas comparaciones ya han empezado. Cualquier de las tres es una referencia fantástica, pero yo preferiría que me conociesen, sin más, por Amparo Sánchez sin sus paranoias.
-Tucson-Habana parece el título de una road movie…
-Sí, el título es un poco un homenaje a París-Tejas, la película de Wim Wenders, y a la magnífica banda sonora de la película, que firmó Ry Cooder. Pero es también el nombre del lugar imaginario que hemos creado al hacer el disco.
-Es una pregunta que ya le han hecho, me consta: ¿hay en el álbum más de Tucson o de La Habana?
-Intentamos mantener el equilibrio entre los dos lugares y los dos sentimientos: la soledad y melancolía del desierto, y la calidez y exuberancia del Caribe.
-O sea, que es un disco bipolar.
-Más que bipolar, escrito en un largo periodo de tiempo, en dos momentos diferentes de vida. En el primero predominaba la melancolía y en el segundo las cosas habían cambiado a mejor.
-Dice en el material de promoción que las canciones de este álbum la salvaron. ¿Se puede saber de qué?
-De un momento duro en el que se juntaron ciertos acontecimientos negativos en mi vida personal. Ya se sabe: las desgracias nunca vienen solas, van cayendo en cascada, como un dominó. Ante esto, las canciones surgieron como una necesidad de mirar hacia mi interior, de buscar en mí fuerzas para hacer frente a los problemas.
-Dice que este disco es más íntimo y acústico. No me diga que no se va a poder bailar en sus conciertos.
-Sí que se puede bailar. Lo hemos presentado ya en varios lugares y la gente baila. Pero es cierto que predomina lo íntimo. La complicidad que ahora se establece con el público es diferente. Pero, aunque sean más íntimas, las canciones del disco tienen también su dinamismo, posibilitan la comunicación, aunque sea de una manera distinta que con Amparanoia.
-En sus conciertos había un cierto clima de, espero que me acepte la expresión, “hagamos la revolución bailando”. Si ahora ya no se va a bailar, ¿la revolución queda también pendiente?
-No. Seguimos haciendo la revolución pero desde otro punto de vista. Llamamos, sobre todo, a una revolución interior.
-Dijo adiós a Amparanoia con un concierto en San Cristóbal de las Casas, en Chiapas. Toda una declaración de principios (o de finales, en este caso).
-Fue pura casualidad. Ya sabe, de esas casualidades que pasan por algo. No fue premeditado, pero resultó un gran regalo para el final de la gira de despedida. San Cristóbal es un buen lugar para acabar y al mismo tiempo empezar una nueva etapa.
-Por cierto, ¿dónde le nació toda esa conciencia: unos padres progres, una carrera de sociología, una infancia de pobreza? No he encontrado documentación al respecto.
-(Risas) He tenido la suerte de ir conociendo en el camino de la música gente que me ha ido contando sus pasiones. Mi público es muy solidario y muchos de mis seguidores dedican buena parte de su tiempo a ayudar a los demás en diferentes campos. Han sido ellos los que me han invitado a ir a la cárcel, o a conocer un grupo de enfermos de SIDA. Yo me he dejado impregnar de todo eso que, una vez más, me ha venido gracias a la música.
-En algún sitio ha dicho que si tuviera que elegir entre todas las causa que de alguna manera defiende se quedaría con la causa de la mujer. Sin embargo, corríjame si me equivoco, todos sus músicos son hombres. ¿Qué hay de la paridad?
-Bueno, sobre el escenario tenemos a una chelista estupenda y en el equipo de promoción y gestión hay muchas mujeres. Sí que hay paridad, en conjunto. Además, los hombres que trabajan conmigo desarrollan mucho su lado femenino.
-La entrada Amparanoia en wikipedia es mucho más extensa en inglés que en español, y los textos de su página web están primero en inglés y luego en español. ¿Siente que le hacen más caso fuera?
-No. Siento el cariño del público por igual en todos los escenarios que piso. Pero no trabajo sólo en mi país. Y lo que hacemos tengo que comunicarlo, afortunadamente, a un extenso público que va desde Finlandia hasta Argentina.
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