(Posiblemente sea la última entrevista que se le hizo a Antonio Ozores, antes de su fallecimiento –porque después resulta más que improbable)
Juan Ignacio Cortés. 21 rs.
Antonio Ozores, hukkjklhjajhjhjkhkjmorista
“Somos todos muy raros”
“No quiero ser trascendente”
Los que ya tenemos una cierta edad recordamos sus charlas totalmente incomprensibles en el Un, dos, tres, siempre culminadas con un “¡No, hija, no!” o un “¡Por fin somos europeos!”. Los más entrados en años recuerdan su omnipresencia en las películas del landismo tardofranquista y de los primeros años de la transición. Ésas que ahora se pueden ver en Cine de Barrio. A sus 82 años, Antonio Ozores es un señor que no descansa. Ha reestrenado esta temporada en el Teatro Arlequín la comedia El último que apague la luz y, por lo que cuenta, no deja de escribir y de presentar propuestas a productores y televisiones. Además de actor, ha sido director de cine y de teatro y humorista en la legendaria La Codorniz y en la radio. También diseña bolsos, joyas y camisetas. Y escribe: cinco libros en su haber, editados sobre todo en los últimos años. Todo trufado de ese humor surrealista que él mismo reconoce “raro”.
-Empezó a trabajar con ocho añitos. ¿Ha sido tan precoz en todo?
-Sí, empecé con ocho años, en Barcelona. En una cosa para Navidad, hecha en catalán, Els pastorets. Luego hice mi primera película en 1949. Hace ya algún tiempo.
-Presentó usted el primer concurso de la televisión española: Piense, acierte y premio. Usted ha estado ahí desde siempre.
-Eso lo hice con mi hermano José Luis, cuando Televisión Española todavía estaba en pruebas. Luego hice también el Un, dos, tres. También cosas con Luis del Olmo, en la radio… Sí, prácticamente he estado ahí siempre.
-Hablando de premios, dice que le están dando ahora muchos porque es ya el único que queda de su edad. Hombre, también habrá algo de mérito.
-Hay uno que acabo de recibir por la obra mía que ahora hay en el Arlequín y que me ha hecho mucha ilusión, porque me reconoce como autor. Y a los actores cómicos nunca nos dan premios serios.
-Casi 170 películas y más de 200 obras de teatro. Ni siquiera las recordará todas.
-No, eso es algo imposible. Eso sí, sé perfectamente que todas han sido del género cómico. Luego he escrito cinco libros, he dirigido cine y teatro… Soy un mamarracho.
-¿Por qué dice eso?
-Hombre, porque he trabajado mucho: como un mamarracho.
-Confiesa ser un actor sin método.
-No, no tengo método. Mi único método son las cosas graciosas que me invento y que van a parar a los guiones. Lo que hay de gracioso en los guiones de mis películas lo he puesto yo.
-A ver si va a ser que lo de actuar es una cuestión genética, porque cinco generaciones de su familia antes que usted fueron actores, sus hermanos también, y su hija y su sobrina.
-No lo creo, porque ahí están los hijos de Andrés Pajares que no han triunfado como actores.
-Se ha hablado mucho del landismo. ¿No habría que reivindicar el ozorismo? Aunque sea sólo por número: ustedes eran tres y Landa, uno.
-Posiblemente sí, pero a mí no me importa, porque mi vanidad la tengo ya cubierta.
-El cine que hacían ustedes, ¿era el que querían hacer o era el que podían hacer?
-Era el que se podía hacer, afortunadamente. Existía la censura y había muy pocas posibilidades de decir cosas. Eso obligaba a pensar mucho a los guionistas.
-Pero, ¿le hubiera gustado hacer otro tipo de cine?
-No. A mí me han propuesto hacer cine serio y no he querido. No me gustaría decepcionar a mi público.
-En su página web se le compara, imagino que con su permiso, con Groucho Marx y con Chaplin.
-Bueno, es que yo soy un gran admirador del surrealismo. Como en mi comedia de ahora, en el Arlequín, que tiene un título que no tiene nada que ver con lo que pasa en la obra.
-Hablando de webs. En una que aparecía un artículo sobre usted, se hablaba de “humor de derechas”. No sabía que la risa tuviera ideología.
-Yo no diría que mi humor es de derechas. Es un humor raro, moderno y surrealista. La política no tiene nada que ver con mi humor.
-Con tanta serie de televisión española en las pantallas, ¿cómo no le hacen un hueco a usted en alguna?
-Porque la televisión está muy mal. Yo les llevo series y, claro, me reciben porque soy viejo y me tienen respeto. Pero luego me dicen que no es lo que se está haciendo. ¡Pues claro, por eso se las llevo! Hay muy poca imaginación.
-Usted presume de viejo, pero no para: una obra de teatro en el Arlequín; diseña bolsos, camisetas y joyas con los Jay, unos personajes que dibujaba para La codorniz; publica libros de cuentos y una autobiografía. ¿Culo inquieto o es que no le llega la pensión?
-Soy inquieto, me gusta hacer cosas. Me levanto a las seis de la mañana y me siento en el ordenador a escribir.
-Hábleme de esa obra en el Arlequín, El último que apague la luz. Algo de humor, claro.
-Claro, como todo lo que he hecho. Es una comedia graciosa, pero no una comedia al uso. Son una serie de historias encadenadas con las que la gente se ríe mucho. Siempre he buscado la risa de la gente.
-Pero, ¿a usted no le causa pena o rabia nada, con la que está cayendo?
-Sí, pero yo no quiero ser trascendente.
-Fue muy popular el lenguaje ininteligible que inventó para sus apariciones en el Un, dos, tres…. ¿En quién o qué se inspiró para desarrollarlo?
-En nadie. La cosa empezó un día en que estaba trabajando con Lina Morgan. Me trabuqué y me comí media frase. A la gente le gustó, y se río. Entonces pensé: “¡Estáis listos!”. Y van 20 años, desde entonces.
-Usted siempre ha definido su humor como “raro, surrealista, absurdo”. ¿En quién se inspira?
-En nadie especial. Son inventos personales míos.
-Dígame, usted que entiende de la materia, ¿qué es lo que es absurdo: la vida, el mundo en general o tan sólo este país?
-El mundo en general. Es muy raro. Somos todos muy raros.
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