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Lo que nos hubiese evitado –¡la pérdida del Paraíso, ni más ni menos!– el hecho de que Eva –y por extensión Adán– hubiese sido más selectiva a la hora de coger el fruto de ese árbol tan apetecible denominado de "El conocimiento del Bien y del Mal". Unos pocos reparos ecológicos hubiesen bastado para confundir a la astuta serpiente –y, a la vez, no ser confundidos por ella– y evitar las fatales consecuencias que desencadenó aquél mal mordisco sobre la fruta prohibida. Por desgracia parece que no aprendemos, y seguimos dando bocados donde no debemos, engañados por las "serpientes" de turno. Intentando ser dioses y perdemos lo más esencial a nuestra naturaleza humana: el sentido de supervivencia y los estrechos lazos de solidaridad que nos unen con todo el planeta. ¡Confío que no lleguemos a perder también este sucedáneo del Paraíso donde nos ha tocado vivir!
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